Yo nunca quise tirarme del
precipicio, pero ya era hora. Muchos sietes en mis uñas carcomidas. Gusanos
demasiado reventados en alcohol, eso ya no era suficiente. Los vómitos
continuos me persuadieron para buscar una salida al llanto de la Luna por tanto
molestarla con olores detestables; lo que me hicieron nunca tuvo perdón. Los
dioses se cayeron de rodillas cuando gritaba en pesadillas, no podían soportar
tanto estrés.
Yo no quise curarme en su momento, obstinada y mentirosa de
nacimiento, luché por cambiar solita la forma de arrancarnos postillas sin que
brotaran dos litros de enajenación mental; sangre asquerosa en películas super
realistas. Acusé al tiempo, no me quise morir de ilusión al ver mi piel hecha
trozos y sonreír, porque el dolor me hacía vivir. Era lo único que podía
sentir.