viernes, enero 6

¿Nunca te ha enseñado los brazos?


Yo nunca quise tirarme del precipicio, pero ya era hora. Muchos sietes en mis uñas carcomidas. Gusanos demasiado reventados en alcohol, eso ya no era suficiente. Los vómitos continuos me persuadieron para buscar una salida al llanto de la Luna por tanto molestarla con olores detestables; lo que me hicieron nunca tuvo perdón. Los dioses se cayeron de rodillas cuando gritaba en pesadillas, no podían soportar tanto estrés.

Yo no quise curarme en su momento, obstinada y mentirosa de nacimiento, luché por cambiar solita la forma de arrancarnos postillas sin que brotaran dos litros de enajenación mental; sangre asquerosa en películas super realistas. Acusé al tiempo, no me quise morir de ilusión al ver mi piel hecha trozos y sonreír, porque el dolor me hacía vivir. Era lo único que podía sentir.


            Así perdí otro año de mi vida. Ahora solo me importa que las noches pasen riéndose de la vida, atentando contra la imagen y semejanza del orden. Ya no odio, en realidad, nunca lo hice. Lo único que podía sostener con razón era la pena de no encontrarme en noches tan interminables como el olvido de lo vivido y nunca reconocido. Aquello que en mis labios tiembla en octubres torcidos, diciembres pasicortos y eneros de comienzos insanos.