martes, noviembre 22

No tienes con quién dormir.

Me toco la pulsera. Es un acto nervioso cuando no sé qué contestar, si sonreír lo veo demasiado para ti, me disparo a mí misma, me toco la pulsera. La pongo en su sitio y te miento. Me tranquilizo a espasmos, te observa, caer en picado hasta el fin del mundo. Un mundo de colores y ropas que huelen a niño pequeño, golosinas que cavan un túnel hasta el más allá; epitafio de mi personalidad. Te cojo de la mano y prometo a la ficción que no volveré a pasar noches estornudando historias. Me quedo en la realidad y los dolores de estómago. Es más bonito imaginar que lo irreal solo es algo más que contar. Vivir en tantas aventuras me satura, te da mala espina, llamas a la policía y maquinas escapar antes de contar diez. No entiendes qué locas se acercan a ti, hablas a un público oscuro e inexistente. Espera, les veo reír. Sus dientes, blancos y puntiagudos, el camarero pide que paguemos y nos marchemos al infierno. Tu casa, cada uno de los cojines huelen a miedo, jugamos a ser malas personas, fumando sin parar y subrayando los chistes que nunca hicieron gracia al resto. Te acaricio el pelo, bajas hasta el último piso de mi cuerpo, yo hago justicia a lo que veo, me tumbo en el suelo. Hacemos gestos raros, otros dirían que el estreno fue el mejor que vieron. Luego, en la  temporada que pasamos en aquel lujoso teatro de mesas encharcadas de odio y complejos, nos atrevimos a vivir. Estudiabas el papel, te vestías de pijama y cuando iba a hacerte la semana más fácil, la complicabas a gritos y apagones de cariño. Todavía me siguen preguntando, ¿fue verdad tanto decoro de la realidad?

No lo sé, suelo contestar, me tapo la cara, hago muecas de dolor. Después de caerme sin querer del coche de tu sexo, tuve que recuperarme a través de las mierdas que nunca te gustaron de mí. Porque eso sí era verdad, me herí a solas cuando quise hacerte feliz. Todo fue una buena y real mentira.





"Subí a pillar un poco más,
después de todo esto,
no está mal".

- Grupos que imitan a grupos y parecen hasta mejores grupos.

186 COSAS SE HAN VUELTO INTELIGENTES.

Un universo del revés, donde me odias más que ayer.

La magia del encuentro. Las formas de tocar un cuerpo. El estornudo de no escucharte. La voz sin voz del amanecer. El mirar la luna a través de los ojos que un día me clavaron en un lugar desconocido y cruel. Los brazos sin amor. Las bocas destrozadas de gritarle al cielo. Estrellas que brillan en tu ombligo. La verdad de toda mentira. La mentira de toda verdad. Esconderte de ti mismo, detrás del espejo del salón, encima del tenedor que está clavado en tus vísceras. Adelgazar para que quepas en este mundo con salidas a un futuro no posible. Ninguno de los casos nos gustó. Aterrizar en tus huesos, vestirte a trozos, rellenar el huevo entre tus sueños y mis pesadillas. Ver cómo te disfrazas de mujer mayor. Atraer rayos para carbonizar tus buenos sentimientos de parejas pasionales en el sofá; resquicios de juventud en bragas que antes vestía yo sin preocupación. Actrices que bailotean en mi sien. Arrumacos, cadáveres y suciedad. Películas que me hacen estudiar, entenderte a medias desde la cabina de la estación en la que nunca estuviste.

No sé cómo contarte.
Te vi hacer de las tuyas en el cumpleaños de satán.
Ese chico de ojos redondos
pelo rizado
ganas de morir.
No sé cómo decirte.
No sabes nada de lo que llevo tragado,
copas de cristal
celebrando tus desquiciantes ruiditos,
el bolígrafo
las medias rotas
las uñas de porcelana.
Haces como si nada,
saludas a mi alma,
yo sonrío,
te dejo pasar.

Ah no,
olvidaste el bolso y tu vida dentro de mi pulmón izquierdo,
duele no hacerlo,
tienes, debes
destrozarme
aniquilarme
repasar
cada
uno
de
mis
defectos.

Todavía me acuerdo.
Olías a miel.
Empalagabas como el ron,
te vomité igual que este.

Pero sigue escociendo
los ojos cristalinos
las barrigas planas
tapadas con mantas de roces;

te quiero mucho más que ayer,
me sigo haciendo trozos al verte aparecer.


viernes, noviembre 11

Hasta el microondas lo hace mejor que ella.

Las mismas venas que un día te echaron de menos, se transformaron en látigos mutantes que arrearon a cada uno de los recuerdos que te traían a un presente vacío y convulso a la misma vez. Los látigos, aguataron sus cinco litros de sangre hasta el fin del mundo -esa línea que llega desde tu columna vertebral hasta el infierno donde Sat´na se confundo con tus ojos claros y dolorosos-. Allí, vi ese tú y yo inalcanzable a ojos humanos, tambaleando en la línea del bien y el mal -los consejos que nunca le diste al mundo y yo los creí un manual de autoayuda para convertirme en alguien a quien poder abrazar-, pero cayó. Sin parar, sin frenos, como cuando yo me despertaba y me empezaba a mover, insegura y débil, mientras tú roncabas serenatas de pesadillas que nunca te atreviste a contar a nadie más que a mí.

La caída, tan monumental como la bronca que me gané por creer en nuestras conversaciones filosóficas y cargantes, fue a su vez preciosa y realmente indolora. Te he vuelto a conceder la oportunidad de destrozar esa unión de idiotas (espero de verdad, que sea la última), con tu fuego de insultos aceptados en la RAE, además, tus vidas particulares arrollaron el fuego de mis manos (siempre torcidas, manías inversas al tiempo). Nos ví, maravilloso creerte vencida, apagada y descuartizada por el tiempo. Analicé los restos antes de marcharme a casa, pero solo quedaron los cristales de las copas que guardé para celebrar que volverías riéndote, diciendo que era una broma de esas que nadie entiende, de las que siempre me río con ganas y propulsión.

Me amarré al cuello el orgullo que olvidé en nuestra última cita de cama, até las soluciones para una vida aburrida y llena de rutina despistada y olvidadiza, y me llevé a casa el obligarme a llorarte todo el tiempo que la rabia no me dejó vivir. Reconocerás que matarnos era un trabajo realmente patético y hastío, pero necesario.

Ya puedo decir que si me ves sin consuelo, gafas rapando las ojeras mentirosas, temblando al hablar, gritando a carcajadas sonoras y ridículas. Si me ves, olvida que estuve dentro de ti, buscando respuestas al Universo. Si mis daños colaterales es hacerte sufrir, engordar de aguantar el llanto, no me culpes de tu desorden mental, yo no quería ni que supieras que sigo pensando en ti; de cualquier manera, cualquier día.

Hoy vuelvo a creer en que el viernes me recupera de la semana de tormentas y sí, lo he vuelto a hacer, levantarme antes que el sol. Creo que va a ser la única forma de matar al demonio que come de mis lamentos y perforaciones infectadas de pasados lunáticos. Se parte de un diario de tragedias que no hable de suicidios cada tarde, para cada mañana decidir cambiar el mundo. Me calma estar agotada de estar cansada de querer y casi siempre no poder. No me haces la gracia de antes, y sigo pensando que tanta oscuridad no fue buena para un hígado falto de cariño y amor, que este frío no es culpable de que te acaricie la mala hostia de aquel que cree en armas y rarezas que te llevan a acabar con el mundo que tanto odia. Y puedes pensarlo, quizás aciertes por suerte o desgracia, como siempre, que estoy fatal, que hoy me ha dado por creerme Dios. Y si es así, déjame, es otra forma de olvidarte.


"Aunque hables de amor vocacional,
bailas siempre en horizontal
y tan deprisa que al final
conseguirás ser invisible.
Aquí no hay nadie imprescindible,
no me vas a impresionar."

No salgas del pastel. Manos de topo.
- No quiero un diciembre de nueves, por favor.









miércoles, noviembre 2

El día dos, aguanto hasta el final.

Apenas tenía el pelo largo cuando le conocí. Me hizo gracia lo que contaba, algo así de habitaciones con cerraduras de metal, electro shocks para olvidar cuán difícil es olvidar, pastillas que hacían siluetas perfectas de una vida mejor y arrancarse las uñas esperando un suspiro, algo que se pareciera a la vida. Hablamos hasta que empecé a estornudar sin parar, la tos me asegura no hablar con nadie más de lo debido para engancharme a sus costillas. Soy muy pesada cuando me da por querer; este sistema se lo inventó mi hemisferio izquierdo cuando me enamoré treinta veces de una persona por hablar treinta veces más del tiempo permitido. Eso, él no era guapo, sino gracioso. Cantaba canciones de navidad para ganarse la vida en fechas en que preferiría morirse poco muy a poco. No podía evitar tocarse hasta reventar la magia de hacer lo secreto tan público como los pechos de las chicas de revistas.

El tiempo pasó sin querer, yo acumulé horas de encanto y aguanté la tos, para no molestarle. Sus discursos eran magníficos, casi parecía haber estudiado los mecanismos telegénicos que se necesitab para engañar a la multitud en esos momentos de duda y estrés. Enumeré tres mentiras que repetía sin parar, que contradecía sin tener pausa. Y decía:

  1. Nunca tuve ganas de ser hombre. Nací así para mantenerme en pie mientras las mujeres labraban un futuro con una superficie habitable para su especie.
  2. Me escapé con siete años de los brazos de mi madre, pasé trece depresiones hasta hacerme mayor, en una de ellas, cabalgué por el lomo de la chica que hubiera dado su corazón a trozos por mí. Ella murió de sobrecarga, sentí que no se movía igual al cuarto día de viaje.
  3. Razoné que estaba mal cuando las canciones contaban pasajes de mi vida, aunque yo siempre lo creí normal, cuando escucharon eso los médicos, nadie daba crédito.

Tuvimos noches bonitas. Las estrellas parecían nuestras, el mundo giraba a nuestra par. Yo no dudaba en clausurar el temor al compromiso y me desnudaba para dejar de pensar. Demacrados, hicimos del camino algo divertido, fue interesante verle caer y subir de la montaña rusa, mientras yo me mantenía lejos de todo sentimiento, solo me salía llorar cuando pasaba días a solas conmigo misma. Rezaba y empecé a creer en el Dios ese que habla tanto y tanto poco hace. Nos escapamos de los ciclones que alzaron los países en los que vivíamos. Empezamos treinta y cuatro veces una relación que no tenía sentido. Mi tos pasó de la típica alergia a una fuerte tuberculosis. Días después de la tormenta, no volvimos a dormir separados. Él, hecho trozos, yo de tanto llorar y toser, me convertí en sangre seca salpicada en una pared llena de polvo. Decían que los huesos eran imposibles de arder, pero he visto incendios en su esqueleto mientras yo, como siempre, dejaba de sentir para poder continuar viva. No pudimos casarnos, por eso, de que los únicos que nos veíamos éramos nosotros, un nosotros tan infinito como la canción que nunca te dediqué por miedo a que esto fuera para largo.

Nos lloraron las gentes que nos detestaban,
ya no tenían a nadie a quien criticar.