miércoles, noviembre 2

El día dos, aguanto hasta el final.

Apenas tenía el pelo largo cuando le conocí. Me hizo gracia lo que contaba, algo así de habitaciones con cerraduras de metal, electro shocks para olvidar cuán difícil es olvidar, pastillas que hacían siluetas perfectas de una vida mejor y arrancarse las uñas esperando un suspiro, algo que se pareciera a la vida. Hablamos hasta que empecé a estornudar sin parar, la tos me asegura no hablar con nadie más de lo debido para engancharme a sus costillas. Soy muy pesada cuando me da por querer; este sistema se lo inventó mi hemisferio izquierdo cuando me enamoré treinta veces de una persona por hablar treinta veces más del tiempo permitido. Eso, él no era guapo, sino gracioso. Cantaba canciones de navidad para ganarse la vida en fechas en que preferiría morirse poco muy a poco. No podía evitar tocarse hasta reventar la magia de hacer lo secreto tan público como los pechos de las chicas de revistas.

El tiempo pasó sin querer, yo acumulé horas de encanto y aguanté la tos, para no molestarle. Sus discursos eran magníficos, casi parecía haber estudiado los mecanismos telegénicos que se necesitab para engañar a la multitud en esos momentos de duda y estrés. Enumeré tres mentiras que repetía sin parar, que contradecía sin tener pausa. Y decía:

  1. Nunca tuve ganas de ser hombre. Nací así para mantenerme en pie mientras las mujeres labraban un futuro con una superficie habitable para su especie.
  2. Me escapé con siete años de los brazos de mi madre, pasé trece depresiones hasta hacerme mayor, en una de ellas, cabalgué por el lomo de la chica que hubiera dado su corazón a trozos por mí. Ella murió de sobrecarga, sentí que no se movía igual al cuarto día de viaje.
  3. Razoné que estaba mal cuando las canciones contaban pasajes de mi vida, aunque yo siempre lo creí normal, cuando escucharon eso los médicos, nadie daba crédito.

Tuvimos noches bonitas. Las estrellas parecían nuestras, el mundo giraba a nuestra par. Yo no dudaba en clausurar el temor al compromiso y me desnudaba para dejar de pensar. Demacrados, hicimos del camino algo divertido, fue interesante verle caer y subir de la montaña rusa, mientras yo me mantenía lejos de todo sentimiento, solo me salía llorar cuando pasaba días a solas conmigo misma. Rezaba y empecé a creer en el Dios ese que habla tanto y tanto poco hace. Nos escapamos de los ciclones que alzaron los países en los que vivíamos. Empezamos treinta y cuatro veces una relación que no tenía sentido. Mi tos pasó de la típica alergia a una fuerte tuberculosis. Días después de la tormenta, no volvimos a dormir separados. Él, hecho trozos, yo de tanto llorar y toser, me convertí en sangre seca salpicada en una pared llena de polvo. Decían que los huesos eran imposibles de arder, pero he visto incendios en su esqueleto mientras yo, como siempre, dejaba de sentir para poder continuar viva. No pudimos casarnos, por eso, de que los únicos que nos veíamos éramos nosotros, un nosotros tan infinito como la canción que nunca te dediqué por miedo a que esto fuera para largo.

Nos lloraron las gentes que nos detestaban,
ya no tenían a nadie a quien criticar.

1 comentario:

  1. Sublime.


    "Yo no venía de ningún país,
    tú ibas camino de cualquier lugar;
    conmigo no contaba el porvenir,
    de ti no se acordaba el verbo “amar”.
    Yo no jugaba para no perder,
    tú hacias trampas para no ganar;
    yo no rezaba para no creer,
    tú no besabas para no soñar".

    ResponderEliminar

Guapos y guapas