sábado, julio 7

¿Quién de los dos se atreverá?

Desde hace meses vivo obsesionada con estar bien. Una obsesión que se desmonta en hacer ejercicio, comer lo justo y necesario (tanto física como psicológicamente) y dejar rodar el mundo. Un mundo que de tanto rodar, se ha salido de las clavijas y cual hámster dentro de su rutina, cuando la rueda se disparó la sien se desmoronó. Falta de rutinas que presionen el pecho, necesito ciertas abominaciones sentimentales y enloquecidas, aquellas que suelo escribir de noche. Antes de dormir y pasar página. En estos meses de risas y desencanto, he visto una sombra desaparecer, aquella que pertenecía al recuerdo infectado. Un recuerdo que te forzaba a estar mal para tener algo que contar. Una cerveza era motivo de ruido interior. Tan pronto como me pedí a mí misma estar bien y en paz, desapareció. Será que no era tan importante. A veces pienso que ni siquiera fue verdad.

Y a todos los que me importaban o creía yo que me importaban, tranquilos, si duele, fue por todas las veces que a mí me escocía aguantar a vuestro lado. Y os recomiendo buscar para encontrar otros hoyos donde guardar la mierda. Yo ya me cansé, será que odio eso de oler mal.

Aquel ruido.
Ya no.
Está.

domingo, julio 1

Oídos celosos del protagonismo del fútbol en días en que se cae el mundo

"Bueno, bueno, me mantengo tranquilo. No se inquiete. No se fíe usted demasiado, por lo demás, de mis enterneciomientos ni de mis delirios. Son dirigidos. Vea, ahora que va a hablarme usted, sabré si he alcanzado uno de los fines de mi apasionante confesión. En efecto, siempre espero que mi interlocutor sea un agente de policía y que me detenga por el robo de Los jueces íntegros. Por todo lo demás, ¿no le parece? Nadie puede arrestarme. Pero ese robo sí cae bajo las esfera de la ley y yo lo combiné todo para hacerme cómplice de él; oculto este cuadro y lo muestro a quien quiera verlo. Entonces usted me arrestaría. Sí, sería un buen comienzo. Acaso en seguida se ocuparan también de todo lo demás, y entonces me decapitarían, por ejemplo; yo ya no tendría más miedo de morir y me salvaría. Usted levantaría mi cabeza aún fresca ante el pueblo reunido, para que la gente se reconociera en ella y yo volviera de nuevo a dominarla. Sería ejemplar. Todo quedaría consumado. Yo habría terminado, sin pena ni gloria, mi carrera de falso profeta que grita en el desierto y se resiste a salir de él."


La caída
Albert Camus.


Qué día más acuático,
Dios.