viernes, noviembre 11

Hasta el microondas lo hace mejor que ella.

Las mismas venas que un día te echaron de menos, se transformaron en látigos mutantes que arrearon a cada uno de los recuerdos que te traían a un presente vacío y convulso a la misma vez. Los látigos, aguataron sus cinco litros de sangre hasta el fin del mundo -esa línea que llega desde tu columna vertebral hasta el infierno donde Sat´na se confundo con tus ojos claros y dolorosos-. Allí, vi ese tú y yo inalcanzable a ojos humanos, tambaleando en la línea del bien y el mal -los consejos que nunca le diste al mundo y yo los creí un manual de autoayuda para convertirme en alguien a quien poder abrazar-, pero cayó. Sin parar, sin frenos, como cuando yo me despertaba y me empezaba a mover, insegura y débil, mientras tú roncabas serenatas de pesadillas que nunca te atreviste a contar a nadie más que a mí.

La caída, tan monumental como la bronca que me gané por creer en nuestras conversaciones filosóficas y cargantes, fue a su vez preciosa y realmente indolora. Te he vuelto a conceder la oportunidad de destrozar esa unión de idiotas (espero de verdad, que sea la última), con tu fuego de insultos aceptados en la RAE, además, tus vidas particulares arrollaron el fuego de mis manos (siempre torcidas, manías inversas al tiempo). Nos ví, maravilloso creerte vencida, apagada y descuartizada por el tiempo. Analicé los restos antes de marcharme a casa, pero solo quedaron los cristales de las copas que guardé para celebrar que volverías riéndote, diciendo que era una broma de esas que nadie entiende, de las que siempre me río con ganas y propulsión.

Me amarré al cuello el orgullo que olvidé en nuestra última cita de cama, até las soluciones para una vida aburrida y llena de rutina despistada y olvidadiza, y me llevé a casa el obligarme a llorarte todo el tiempo que la rabia no me dejó vivir. Reconocerás que matarnos era un trabajo realmente patético y hastío, pero necesario.

Ya puedo decir que si me ves sin consuelo, gafas rapando las ojeras mentirosas, temblando al hablar, gritando a carcajadas sonoras y ridículas. Si me ves, olvida que estuve dentro de ti, buscando respuestas al Universo. Si mis daños colaterales es hacerte sufrir, engordar de aguantar el llanto, no me culpes de tu desorden mental, yo no quería ni que supieras que sigo pensando en ti; de cualquier manera, cualquier día.

Hoy vuelvo a creer en que el viernes me recupera de la semana de tormentas y sí, lo he vuelto a hacer, levantarme antes que el sol. Creo que va a ser la única forma de matar al demonio que come de mis lamentos y perforaciones infectadas de pasados lunáticos. Se parte de un diario de tragedias que no hable de suicidios cada tarde, para cada mañana decidir cambiar el mundo. Me calma estar agotada de estar cansada de querer y casi siempre no poder. No me haces la gracia de antes, y sigo pensando que tanta oscuridad no fue buena para un hígado falto de cariño y amor, que este frío no es culpable de que te acaricie la mala hostia de aquel que cree en armas y rarezas que te llevan a acabar con el mundo que tanto odia. Y puedes pensarlo, quizás aciertes por suerte o desgracia, como siempre, que estoy fatal, que hoy me ha dado por creerme Dios. Y si es así, déjame, es otra forma de olvidarte.


"Aunque hables de amor vocacional,
bailas siempre en horizontal
y tan deprisa que al final
conseguirás ser invisible.
Aquí no hay nadie imprescindible,
no me vas a impresionar."

No salgas del pastel. Manos de topo.
- No quiero un diciembre de nueves, por favor.









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