sábado, junio 2

Y ahora no sé cómo puedo bajar

Esta existencia puntual a la que nos obligan a asistir. Una oleada volcánica de sucesos que me derriban la inocencia artificial, paradigma usado en defensa de la poca humanidad que acalora mis células. Ese ruido inalcanzable y siempre constante, espirales que un día integraron parte de mi presente, que arrebata al pasado su popularidad trágica e incolora, sucesos tragados por una garganta que odia la comida sana. Entre otras cosas, ya no puedo someterme a la vida, la vida es todo lo que tengo y a lo único a lo que me puedo sincerar.

Y te hacen temblar, mientras llego a la conclusión de arroparte,
mis manos se hacen mariposas que escriben pasteles en rosas:

La enfermedad degenerativa del sentimiento que enjaula cada una 
de las neuronas en un sincronismo sin pausa y a veces muy divertido.

La luna necesita
dolores y pastillas
de algodón sin
azúcar y mentiras.

Colchón de esperanzas
que vuelan y marchitan
un estómago infectado,
nidos pertinentes del
invierno.

Te ríes y dientes,
diablos de calcio,
me devoran el labio
superior a toda luz,
interior o exterior.

Vives en un latido,
manipulados y roto,
suenas como Terror,
miedo del cazador,
hazme guarre. 
Irías. 

La música de tus uñas,
arañas (n) mi rencor,
de repente,
almas que fabulan un 
final encantador.

Sustancias en ojos
que cristales rotos
al sol que llora 
mañanas en tu espalda.

Te voy a:
piernas que abren
abismos curativos,
y mi sudor que 
lapida toda vida,
perdida en querer
tener
mariposas en
juventud 
que da 
conferencias de cómo ser
tú.




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