En un principio, desde las cabañas solitarias y apestosas, solo fuiste la traición número 23040 que supuró las heridas que mantuve abiertas por diversión y canibalismo, lunas que tenían pies, soles que sufrían resaca. Te hiciste a otros brazos, decían tus diarios, lejos de los míos y pronto -tan pronto como yo te quise tener en mi pasado- olvidaste cómo me destripaban los helados de chocolate el estómago infectado de amor y nidos de mariposas muertas - tus ganas de creerme única, mis veces instaladas en las huellas que dejaban tus historias de película norteamericana-.
Yo, ahora sé, que nunca dudé en hacerte hueco entre las muelas, para que tuvieras calor, comida y mi voz - por si el recuerdo te amenazaba con salir al presente, infierno de mis quereres-. Creí hacerlo bien, pero fue otra forma de fracasar, la soledad de tus calladas experiencias, te apuñalaba en la primera esquina en la que decidías recordar cuánto bien le hicimos a la vida.
Pasando el tiempo por la ropa, mis ojeras siempre tendrán sitio para tus ganas de no-gente-para-nada y el no comprender lo extraño de las cálidas noches de invierno cruzando los cables desde tus imperfectos a mis desastres. Quise cuidarte, pero alguien vio divertido emborracharme, regalarme libros donde traducían tus fotografías en una forma de "escupir lo feliz que te hacía tirar a la basura todas las cicatrices que visten mis muñecas". Ahora, tarde, sé que todo eso es mentira.
Una mentira gorda y catastrófica.
De idiotas.
- Hace poco, en los sueños que me revientan,
escuché de mi propia boca, mi propia voz:
"Recuerdo,
ser recibos del gas,
gastado en la mecha
de las ciudades sin vida,
noches de ruido,
cervezas
y miradas sin sentido".
"Cuando vi la forma en que me conocías,
la manera de mirar,
el modo de entender la vida,
los espacios donde miras.
Cuando viste que tan solo era un suicida,
un egoísta irresponsable,
a punto de romper el cable.
Cuando viste que tan solo a duras penas,
me podía levantar,
curaste todas mis heridas,
me solías esperar."
Fito. Quique González.
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